Réquiem por un sueño: José Watanabe y la crítica
Por: Carlos Eduardo Quenaya
Por: Carlos Eduardo Quenaya
Acaso la poesía no tenga en nuestro tiempo ninguna importancia, salvo para el puñado anacrónico de especialistas que la cultiva. No obstante, la muerte de un personaje reconocido casi siempre genera las mismas reacciones: insustanciales homenajes, cursis rememoraciones, lamentaciones falsas y vana palabrería. Es el caso de José Watanabe. Poeta nacido en Laredo en 1946, de madre peruana y padre japonés; cuya muerte acaecida el pasado 25 de abril, pone de relieve una vez más que la aflicción hipócrita y la aburrida enumeración de lugares comunes son el plato de fondo de buena parte de nuestra élite culta.
El talento de Watanabe, sin embargo, fue distinguido inmediatamente. Su primer libro de poemas, Álbum de Familia, le valió –junto a Antonio Cillóniz- el Premio Poeta Joven del Perú en 1970. Con mano segura y aguda ironía, este libro reúne algunos de sus poemas más memorables: Poema trágico con dudosos logros cómicos, Planteo del poema, Como si estuviera debajo de un árbol, Escena de caza, etc.
Tuvieron que pasar 18 años para que viera la luz su segundo libro: El huso de la palabra (1989). A partir de ahí Watanabe fue entregando regularmente –y con variada fortuna- algunos de sus cuadernos de poesía más elogiados por los reseñistas: Historia Natural (1994), Cosas del cuerpo (1999), Habitó entre nosotros (2002), La piedra alada (2005), Banderas detrás de la niebla (2006).
A pesar de ser uno de los más mentados nombres de nuestra poesía, no se cuentan todavía con sólidos aportes críticos de su obra. En un ensayo publicado hace algunos años, Pedro Granados señala: Poeta con página web, el nombre de José Watanabe es uno –sino el más asiduo– de los requeridos por la prensa –ahora tanto nacional como internacional– para ilustrar lo que sucede actualmente con la poesía peruana. Sin embargo, comentarios periodísticos al vuelo y algunas elocuentes entrevistas es lo que, fundamentalmente, hasta ahora tenemos sobre la obra poética de este autor nacido y criado en un campamento rural costeño hasta casi bordear la adolescencia.
Dueño de una notable capacidad para la fabulación poética, su escritura se fue modulando con los años hacia una retórica emparentada con el haiku. Un buen ejemplo de ello es el poema Animal de invierno, perteneciente a Cosas del cuerpo, cuyos versos finales dicen: En este mundo pétreo/ nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo/ y me tocaré/ y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña/ sabré/ que aún no soy la montaña.
Indagar por el porvenir de la poesía en general, o, por el de la obra poética de un autor en particular, es una labor ardua que merece discutirse con pasión, rigor e irreverencia. ¿Qué es lo que quedará, entonces, de la poesía de Watanabe dentro de 20 ó 30 años? Comenzar a ensayar respuestas es comenzar a hacer algo por mantener vivo el espíritu de la poesía peruana.
1 comentario:
me parecio interesante el comentario sobre watanabe , sobre todo la parte final que expresa la necesidad de mantener vivo el espiritu de la poesia peruana
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